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El Secreto de Christine

El Secreto de Christine

El secreto de Christine 

Inici » Arxius de octubre 2023

Este mes leemos:

El secret de Christine Falls / El Secreto de Christine de Benjamin Black

Editoriales: Brumera y Alfaguara

(Lo podéis encontrar en EBiblio)

¿Por qué hemos elegido este libro?

  • Porque su autor John Banville, que cuando escribe novela negra se disfraza de Benjamin Black, es uno de los autores más interesantes y prolíficos de la actualidad y acercarnos a sus novelas negras es una forma de descubrirlo

  • Porque nos gusta proponer cada año una novela negra de aquellas en las cuales adivinar “quién es el asesino” no es lo más importante. Nos interesan las novelas que intentan explicar un mundo, una sociedad concreta, un momento histórico determinado

  • Porque Benjamin Black se adentra en un momento y en un lugar poco explorado y muy interesante: la Irlanda de los años 50. Acaba de pasar la guerra, hay tensiones internas, la omnipresencia y omnipotencia de la iglesia católica la convierte en el Poder más importante del país y esto crea un estado de cosas interesante y terrible.

  • Porque el autor crea un personaje, el patólogo Quirke, que hace revivir los viejos detectives como Marlowe desde el punto de vista digamos estético, pero la historia del cual, que vayamos averiguando poco a poco, libro a libro, forma parte de una historia oscura y terrible que los irlandeses todavía miran de superar.

  • Porque este libro es lo primero de esta serie y estamos convencidos que los amantes de la novela negra, u oscura, o como le queráis decir, si no conocían Quirke, querrán seguir leyendo, para conocerlo mejor.

Una cata....

No eran los muertos los que a Quirke le parecían extraños. Eran más bien los vivos. Cuando entró en el depósito de cadáveres bien pasada la medianoche y vio allí a Malachy Griffin, tuvo un escalofrío profético, un temblor que presagiara las complicaciones inminentes. Mal se encontraba en el despacho de Quirke, sentado ante su mesa. Quirke se detuvo en la sala de cadáveres, donde no estaba encendida la luz, entre las siluetas envueltas en mortajas, tendidas sobre las camillas, y lo miró por la puerta abierta. Estaba sentado de espaldas a la puerta, inclinado hacia delante con aire de gran concentración, con sus gafas de montura metálica; la luz del flexo le iluminaba la mitad izquierda de la cara, formándosele un resplandor rosa intenso en el pabellón auricular. Tenía un expediente abierto sobre la mesa, y escribía algo con peculiar falta de naturalidad. A Quirke esto le habría resultado aún más extraño si no hubiera estado borracho. La escena prendió un recuerdo de sus tiempos de estudiantes, una imagen sobrecogedoramente nítida, en la que Mal, igual de concentrado, aparecía sentado ante una mesa entre otros cincuenta estudiantes aplicados, en una gran sala en silencio, redactando con gestos laboriosos un examen, con un rayo de sol que entraba sesgado, por encima de él, desde una alta ventana. Un cuarto de siglo más tarde aún tenía la misma cabeza de foca, el lustroso cabello negro, peinado escrupulosamente.

Al percibir una presencia a sus espaldas, Mal volvió la cara y escrutó la penumbra de la sala de cadáveres. Quirke aguardó un momento antes de seguir, con paso inseguro, titubeante, hacia la luz de la puerta.

Quirke —dijo Mal aliviado al reconocerlo, con un suspiro de exasperación—. Por Dios.

Mal vestía ropa de etiqueta, aunque se había desabotonado el cuello de la camisa blanca en un gesto nada característico de él, y se había desanudado la pajarita. Quirke, tentándose los bolsillos en busca de tabaco, lo contempló y reparó en el modo en que cubrió rápidamente el expediente para esconderlo con el antebrazo. Volvió a acordarse de cuando era estudiante.

¿Trabajas a estas horas? —dijo Quirke, y sonrió con malignidad. El alcohol le permitió suponer que había sido un detalle de ingenio.

¿Y tú qué estás haciendo aquí? —dijo Mal en voz demasiado alta, haciendo caso omiso de la pregunta. Se subió las gafas sobre el puente humedecido de la nariz con la yema del dedo corazón. Estaba nervioso.

Quirke señaló hacia el techo.

Hay una fiesta —dijo—. Arriba.

Mal adoptó su expresión de médico especialista y frunció el ceño con ademán imperioso.

¿Fiesta? ¿Qué fiesta?

La de Brenda Ruttledge —dijo Quirke—. Una de las enfermeras. Su fiesta de despedida.

A Mal se le arrugó aún más el entrecejo.

¿Ruttledge?

Quirke de pronto se sintió invadido por el tedio. Preguntó a Mal si tenía un cigarrillo, pues no le pareció que a él le quedasen, pero Mal tampoco hizo caso de esta pregunta. Se puso en pie llevándose el expediente con gran agilidad, tratando de ocultarlo aún bajo el brazo. Aunque tuvo que forzar la vista, Quirke vio el nombre escrito en la cubierta con caligrafía grande: Christine Falls. La pluma de Mal estaba sobre la mesa, una Parker gruesa, negra, reluciente, con tajo de oro, sin duda, de veintidós quilates, e incluso alguno más si tal fuera posible. A Mal le gustaban los objetos caros, era una de sus contadas flaquezas.

Text en castellà

No eran los muertos los que a Quirke le parecían extraños. Eran más bien los vivos. Cuando entró en el depósito de cadáveres bien pasada la medianoche y vio allí a Malachy Griffin, tuvo un escalofrío profético, un temblor que presagiara las complicaciones inminentes. Mal se encontraba en el despacho de Quirke, sentado ante su mesa. Quirke se detuvo en la sala de cadáveres, donde no estaba encendida la luz, entre las siluetas envueltas en mortajas, tendidas sobre las camillas, y lo miró por la puerta abierta. Estaba sentado de espaldas a la puerta, inclinado hacia delante con aire de gran concentración, con sus gafas de montura metálica; la luz del flexo le iluminaba la mitad izquierda de la cara, formándosele un resplandor rosa intenso en el pabellón auricular. Tenía un expediente abierto sobre la mesa, y escribía algo con peculiar falta de naturalidad. A Quirke esto le habría resultado aún más extraño si no hubiera estado borracho. La escena prendió un recuerdo de sus tiempos de estudiantes, una imagen sobrecogedoramente nítida, en la que Mal, igual de concentrado, aparecía sentado ante una mesa entre otros cincuenta estudiantes aplicados, en una gran sala en silencio, redactando con gestos laboriosos un examen, con un rayo de sol que entraba sesgado, por encima de él, desde una alta ventana. Un cuarto de siglo más tarde aún tenía la misma cabeza de foca, el lustroso cabello negro, peinado escrupulosamente.

Al percibir una presencia a sus espaldas, Mal volvió la cara y escrutó la penumbra de la sala de cadáveres. Quirke aguardó un momento antes de seguir, con paso inseguro, titubeante, hacia la luz de la puerta.

Quirke —dijo Mal aliviado al reconocerlo, con un suspiro de exasperación—. Por Dios.

Mal vestía ropa de etiqueta, aunque se había desabotonado el cuello de la camisa blanca en un gesto nada característico de él, y se había desanudado la pajarita. Quirke, tentándose los bolsillos en busca de tabaco, lo contempló y reparó en el modo en que cubrió rápidamente el expediente para esconderlo con el antebrazo. Volvió a acordarse de cuando era estudiante.

¿Trabajas a estas horas? —dijo Quirke, y sonrió con malignidad. El alcohol le permitió suponer que había sido un detalle de ingenio.

¿Y tú qué estás haciendo aquí? —dijo Mal en voz demasiado alta, haciendo caso omiso de la pregunta. Se subió las gafas sobre el puente humedecido de la nariz con la yema del dedo corazón. Estaba nervioso.

Quirke señaló hacia el techo.

Hay una fiesta —dijo—. Arriba.

Mal adoptó su expresión de médico especialista y frunció el ceño con ademán imperioso.

¿Fiesta? ¿Qué fiesta?

La de Brenda Ruttledge —dijo Quirke—. Una de las enfermeras. Su fiesta de despedida.

A Mal se le arrugó aún más el entrecejo.

¿Ruttledge?

Quirke de pronto se sintió invadido por el tedio. Preguntó a Mal si tenía un cigarrillo, pues no le pareció que a él le quedasen, pero Mal tampoco hizo caso de esta pregunta. Se puso en pie llevándose el expediente con gran agilidad, tratando de ocultarlo aún bajo el brazo. Aunque tuvo que forzar la vista, Quirke vio el nombre escrito en la cubierta con caligrafía grande: Christine Falls. La pluma de Mal estaba sobre la mesa, una Parker gruesa, negra, reluciente, con tajo de oro, sin duda, de veintidós quilates, e incluso alguno más si tal fuera posible. A Mal le gustaban los objetos caros, era una de sus contadas flaquezas.

Fecha:

30 de noviembre de 2023
de 18:00 a 20:00 horas

Idioma:

Catalan

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espavio donde se realiza:

Aulas 6 – 7

Actividad gratuita.  Requiere inscripción prèvia:

Inscríbete

Más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es

Fundamentos de biología para psicólogos (1ª parte)

Fundamentos de biología para psicólogos (1ª parte)

Fundamentos de biología para psicólogos

(1ª parte)

 

El curso es una introducción a los fundamentos de Biología que serán necesarios para que un estudiante del grado de Psicología pueda realizar un seguimiento correcto de las asignaturas del área de Psicobiología, fundamentalmente la asignatura de Fundamentos de Psicobiología.

Consta de dos partes:

1ª parte:

– La Psicobiología.
– La Evolución.
– Organización general del sistema nervioso.

2ª parte: la matrícula de la segunda parte se abrirá en febrero-marzo de 2024

– Sistema Nervioso Central: Organitzación anatomofuncional.
– Filogenia del Sistema Nervioso.

Programa
Viernes 24 de noviembre de 2023

17:00 a 20:00 horas

– La Psicobiología.
– La Evolución.
– Organización general del sistema nervioso.

Horas lectivas:

3 horas

Fecha:

viernes 24 de noviembre de 2023

Horario:

17:00-20:00h

Lugar:

UNED Barcelona

Av. Río de Janeiro, 56-58

08016 Barcelona

Inscripción:

– 12 €

Devolución del importe de la inscripción:
– Se efectuará únicamente si se solicita con al menos 3 días hábiles de antelación en el día de comienzo de la actividad, y siempre justificada por causas de enfermedad o incompatibilidad laboral sobrevenida, para el que el alumno tendrá que presentar la documentación que así lo acredite.
– Una vez empezado el curso no se realizarán devoluciones.
– Se podrá anular un curso sí concurren condiciones excepcionales relacionadas con aspectos docentes o de infraestructura económica y material que impidan su correcta celebración. En tal caso, el alumno tendrá un plazo de 3 meses desde la fecha de cancelación, para solicitar la devolución del importe de la matrícula.

Ponente:

Javier Vázquez Correa. Profesor-tutor de la Facultad de Psicología del C.A. UNED Provincia de Barcelona

Dirigido a:

Estudiantes de primeros cursos de Psicología.

Objetivos:

El objetivo del curso es proporcionar una introducción a los conocimientos vertebrales de Biología necesarios para cursar las asignaturas del área de Psicobiología del Grado en Psicología y en fomentar su aprendizaje mediante los recursos proporcionados durante el curso.

Metodología:

Se realizarán exposiciones magistrales de los contenidos que conforman el temario del curso con el apoyo de diferentes recursos multimedia (vídeos, animaciones, etc.).

 


Informació del Centro

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
suportestudiant@barcelona.uned.es

Loxandra

Loxandra

Loxandra

Inici » Arxius de octubre 2023

Este mes leemos:

Loxandra de María Iordaniu

¿Por qué hemos elegido este libro?

  • Porque creemos que la María Iordanidu es una escritora que tendría que ser más conocida y, no obstante, solo ahora empiezan a llegarnos sus libros gracias a unas traducciones muy cuidadosas.
  • Porque la autora fue testigo, y así lo demuestran sus libros, de una época de la historia poco conocida y terriblemente importante por el devenir europeo.
  • Porque estamos seguros que nos enamoraremos del personaje de Loxandra, una mujer excepcional y que al mismo tiempo ejemplifica a muchas mujeres que vivieron una situación similar. La autora se basa en la vida de su abuela para explicarnos la Loxandra.
  • Porque creemos que esta novela de apariencia fácil, lleva más complejidad de la que parece en un primer momento y nos llevará a leer sus otras novelas.

 

Un tastet....

Dice Loxandra que vino al mundo en Constantinopla, en tiempos del sultán Abdül-Mecit, «que mala muerte tenga…».

—Shhh, cállate, Loxandra, nos perderás.

—¡Oh, que Dios conceda larga vida al sultán AbdülMecit, mal rayo lo parta!

—Shhh, calla de una vez. ¿Te has vuelto loca para gritar así?

Pero Loxandra no está gritando. ¿O sí? No, está hablando en voz baja. Pero la voz baja de Loxandra resuena como una campana de Santa Sofía. Sólo los muertos no la oyen. Una voz muy grande y sonora tiene la bendita y no la puede modular.

Todo en ella es grande. Una voz grande, un corazón grande, un estómago grande, un apetito grande. Pies grandes con arco y tobillos finos, una buena base para sostener su cuerpo grande sobre la tierra. Grandes manos patriarcales, ortodoxas. Manos para ser besadas. Dedos largos y torneados, hechos para bendecir y emanar la fragancia del mahalebi y del incienso. Manos hechas para dar. «Servíos, comed», invitan sus manos abiertas sobre la mesa. «Que comas, te estoy diciendo. ¡Eso que te serviste no es nada!».

Pero sobre todo, las manos de Loxandra están hechas para cargar a los recién nacidos. Su palma parece un trono cuando abraza las nalguitas del bebé, lo levanta en alto y le canta…

Tajtiri, tajtir,

tajtiririrí, tajtiririrí,

¿adónde vas así?

Por un puñadito de ajonjolí.

¿Cuántos niños se habrán criado entre esas manos? Primero sus dos hermanos pequeños, al morir su madre. Luego el huérfano de la tía Katina. Luego sus cuatro hijastros y, por último, sus dos hijos.

Dimitrós era viudo cuando Loxandra se casó con él. Era un viudo con cuatro hijos: Epaminondas, Theódoros, Yorgos y Agathó, que todavía usaba pañales.

«Mamá» la llamó Agathó en cuanto comenzó a hablar. «Mamá» la llamó de inmediato Yorgos, que entonces debía haber tenido unos dos años. El mayor, Epaminondas, que tenía catorce, la llamó «tata», sólo Theódoros la mortificó mucho al principio. Cuando su padre estaba presente no la llamaba de ninguna manera, pero cuando no andaba por allí, se dirigía a ella con desprecio llamándola «doña Loxandra».

—Estás mejor en tu cocina, doña Loxandra.

—Si quisiera estar en la cocina, ¿te pediría permiso?

—Y momentos después, acariciándole la cabeza—: A ver, mi hijito, a ver, mi pachá. Tómate estos polvitos, tómate tu quinina para que te cures.

—Lárgate de mi cuarto. Tu lugar está en la cocina.

¿Ah, sí? Aquel día Loxandra pescó a Theódoros por la nariz, se la apretó con toda su alma y en cuanto el niño abrió la boca para respirar, le vació la quinina en la lengua. Acto seguido abandonó la habitación. Lo dejó encerrado dentro, para bien o para mal, y comenzó a bajar pesadamente la escalera gritando:

—¡Estás hecho todo un bashi-bozuk aquí dentro! ¿Eh? ¡Espérate y verás lo que voy a hacer contigo!

Pero en cuanto entró en la cocina encendió una hornilla para prepararle al muchacho el halvás que tanto le gustaba. Ése fue su primer enfrentamiento con Theódoros. Luego vino otro, y luego otro más, hasta que un buen día llegaron a las manos. Por aquel entonces Theódoros era un chico robusto de unos doce años y Loxandra se las vio negras, porque en medio de la pelea la pobre intentaba no hacerle daño, mientras el otro la golpeaba en el estómago y en el pecho.

—Óyeme tú…

—Y al cabo de un ratito, más alto—: ¡Óyeme!…

—Se enfureció Loxandra. Se le montó encima y le clavó los hombros contra el suelo—. Quieto… ¡Quieto te digo! Condenado muchachito. ¡Diablo sinvergüenza! Te voy a matar. ¡Ah! A Loxandra ese «¡Ah!» le salía stacatto. Lo lanzaba de la laringe a la cara del interlocutor como un garbanzo tostado, y uno sentía el golpetazo en la frente. Aquello quería decir «Se me ha acabado la paciencia».

Después del incidente, Theódoros esperaba un castigo de su padre y se sorprendió mucho al darse cuenta de que Loxandra no le dijo nada a Dimitrós. Tiempo después volvió a sorprenderse cuando Loxandra, por su cumpleaños, le cosió un bonito traje. Y más tarde se sorprendió de nuevo cuando Loxandra vendió un terrenito que tenía en Prínkipo1 para que Theódoros pudiera inscribirse como interno en Galatasaray y estudiar, ya que así lo deseaba su padre.

Cuando al terminar el primer cuatrimestre Theódoros volvió a casa a pasar las vacaciones de Navidad, Loxandra se precipitó a su encuentro y con las manos llenas de harina le dio la bienvenida en mitad de la calle. Eran tales sus gritos de alegría que los vecinos, asustados, se asomaron por las ventanas para ver qué estaba pasando. Theódoros se lanzó a sus brazos y le dijo «tata». A partir de entonces empezó a llamarla «tata». Y nunca más volvió a mortificarla ni a contrariarla

Fecha:

26 de octubre de 2023
de 18:00 a 20:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Aulas 6 – 7

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Inscríbete

Más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es