La información es poder. Focaliza la atención sobre determinados temas y ámbitos (mientras evita que nos fijemos en otros), modula nuestra visión de la realidad, genera emociones y estados anímicos, condiciona la construcción de nuestra identidad y nos mueve a actuar de determinadas maneras y no de otras. No es extraño, pues, que desde tiempos inmemoriales se la haya intentado manipular, reprimir, alterar o, directamente, falsear.
Sin embargo, la proliferación de datos, imágenes y noticias falsas o descontextualizadas nunca había sido tan abundante como ahora. Y, sobre todo, nunca como ahora había resultado tan difícil distinguir lo verdadero y real de lo tergiversado o, directamente, inventado. ¿Cuáles son las causas? ¿Cómo se entiende que mientras el volumen de información y de conocimiento no para de crecer y de difundirse, haya cada vez más personas que se crean todo tipo de mentiras, algunas, incluso las más delirantes? Y, por último, ¿qué consecuencias puede tener para la salud de la democracia y de nuestra convivencia?
Sin duda, se trata de un fenómeno que ya ha generado bastante bibliografía, así como un abanico considerable de cursos, talleres y conferencias. En este contexto, el valor añadido de estas sesiones consiste en ofrecer una comprensión más global y profunda de su alcance y sus consecuencias, mediante un enfoque interdisciplinar. Así, se analizarán las aportaciones de la lingüística y las neurociencias sobre el «frame» o marco mental, los estudios sociológicos sobre cómo y por qué la información (y, en especial, su manipulación y tergiversación) se convierte en una herramienta clave en las estrategias de poder; las herramientas que nos brinda la psicología, pero también la filosofía, para comprender cómo, paradójicamente, la sociedad de la información degenera en sociedad de la ignorancia y la desinformación. Todo ello, sin dejado de lado las aportaciones de la ciencia política sobre el papel de la (des)información en la crisis de la democracia.