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Club de lectura: El Proceso

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El Proceso

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Este mes leemos:

El Procés de Frank Kafka

¿Por qué hemos elegido este libro?

  • Porque cada año nos gusta acercarnos a un clásico. Estos libros que, a menudo, nos dan pereza o miedo y que cuando nos acercamos entendemos por qué forman parte de lo que nombramos cultura común: nos explican cosas que todavía están vigentes y que quieren explicar el mundo que compartimos.
  • Porque 2024, que justo acaba de terminar, fué el año de Kafka con motivo del centenario de su muerte, y nos pareció que era un buen momento para el recuerdo.
  • Porque en el momento convulso que estamos viviendo una obra como El Proceso nos acerca a las injusticias que quieren vendernos como justicia, a los hechos que nos parecen increíbles y que forman parte del mundo, y porque a menudo no podemos evitar sentirnos como el protagonista de la novela,  personajes de un mundo que no entendemos.
  • Porque a menudo, hay obras que miramos de lejos con cierta prevención y «obligarnos» a leerlas y a compartirlas nos ayuda a descubrirlas, entenderlas y disfrutarlas.

Una cata...

Detención

Alguien debía de haber calumniado a Josef K.[º], porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana. La cocinera de la señora Grubach, su patrona, que todos los días le llevaba el desayuno hacia las ocho, no vino aquella vez. Eso no había ocurrido nunca. K. aguardó todavía un rato, mirando desde la almohada a la anciana que vivía enfrente y que lo observaba con una curiosidad totalmente inusitada en ella, pero luego, extrañado y hambriento a un tiempo, tocó la campanilla. Inmediatamente llamaron a la puerta y entró un hombre que nunca había visto en aquella casa. Era delgado pero de complexión robusta, y llevaba un traje negro ajustado que, como las prendas de viaje, estaba provisto de diversos pliegues, bolsillos, hebillas y botones, y de un cinturón, y en consecuencia, sin que se supiera muy bien para qué servía, parecía muy práctico. «¿Quién es usted?», preguntó K., incorporándose a medias en el lecho. El hombre, sin embargo, hizo caso omiso de la pregunta, como si fuera inevitable aceptar su presencia, y se limitó a preguntar a su vez: «¿Ha llamado?». «Que Anna me traiga el desayuno», dijo K., y trató de averiguar, en un principio en silencio, atenta y reflexivamente, quién era en realidad aquel hombre. El hombre, sin embargo, no permaneció mucho tiempo a su vista, sino que se volvió hacia la puerta, que entreabrió un poco para decir a alguien, que evidentemente estaba detrás: «Quiere que Anna le traiga el desayuno». Siguió una breve carcajada en la habitación de al lado: no era seguro, a juzgar por el sonido, que no hubieran participado en ella varias personas. Aunque era imposible que el desconocido hubiera sabido de esa forma más de lo que ya sabía, dijo a K., como si estuviera notificándole algo: «Eso es imposible». «Pues sería una novedad», dijo K., saltando de la cama y poniéndose aprisa los pantalones. «Quiero ver quién está en la habitación de al lado y cómo me responde la señora Grubach de estas molestias.» Se le ocurrió enseguida que no hubiera debido decir aquello en voz alta ya que, hasta cierto punto, reconocía así al desconocido un derecho a vigilarle, pero eso no le pareció importante entonces. En cualquier caso, así lo entendió el desconocido, porque dijo: «¿No prefiere quedarse aquí?». «No quiero quedarme aquí, ni que usted me dirija la palabra mientras no me haya sido presentado.» «Mi intención era buena», dijo el desconocido, abriendo espontáneamente la puerta. En la habitación contigua, en la que K. entró más despacio de lo que hubiera querido, todo parecía a primera vista casi igual que la noche anterior. Era el cuarto de estar de la señora Grubach y, en aquella habitación repleta de muebles[º], tapetes, porcelanas y fotografías, tal vez había aquel día algo más de espacio que normalmente; no se notaba enseguida, y menos aún porque el cambio principal consistía en la presencia de un hombre sentado junto a la ventana abierta, con un libro del que, en aquel momento, levantó la vista. «¡Hubiera debido quedarse en su cuarto! ¿No se lo ha dicho Franz?» «Sí, pero ¿qué quiere usted?», dijo K., apartando los ojos de su nuevo conocido para mirar al llamado Franz, que había permanecido de pie en la puerta, y volviendo luego a mirar al primero. Por la ventana abierta vio otra vez a la anciana, que, con curiosidad verdaderamente senil, se había acercado a la ventana que ahora quedaba enfrente, para seguir viéndolo todo. «Quiero ver a la señora Grubach», dijo K., haciendo ademán de librarse de aquellos dos hombres, que sin embargo estaban lejos, y marcharse. «No», dijo el hombre de la ventana, arrojando el libro sobre la mesita y poniéndose en pie. «No puede irse; está detenido»[º]. «Así parece», dijo K. «¿Y por qué?», preguntó. «No se nos ha encargado que se lo digamos. Vaya a su cuarto y aguarde. Se ha iniciado un procedimiento y en su momento lo sabrá todo. Estoy excediéndome en mi cometido al hablarle tan amigablemente. Sin embargo, confío en que no lo oirá más que Franz, y él mismo se ha mostrado amigable con usted en contra de todos los reglamentos. Si sigue teniendo tanta suerte como con la designación de sus guardianes, podrá tener motivos para confiar.» K. quiso sentarse, pero entonces se dio cuenta de que en toda la habitación no había donde hacerlo, salvo la silla de la ventana. «Más adelante comprenderá lo cierto que es todo esto», dijo Franz, dirigiéndose tanto a él como al otro hombre. Este último, sobre todo, era considerablemente más alto que K., al que dio unas palmaditas en el hombro. Los dos hombres estudiaron el camisón que llevaba K. y dijeron que ahora tendría que ponerse otro mucho peor, pero que se lo guardarían, lo mismo que el resto de su ropa blanca y, si su asunto se resolvía favorablemente, se lo devolverían. «Será mejor que nos entregue esas prendas a nosotros que al depósito», dijeron, «porque en el depósito se producen con frecuencia fraudes y, además, al cabo de cierto tiempo venden todas las prendas, sin preocuparse de si ha concluido o no el proceso de que se trate. ¡Y cuánto duran esos procesos, especialmente en los últimos tiempos! De todas formas, acabaría usted por recibir del depósito el producto de la venta, pero, en primer lugar, ese producto es muy escaso, porque lo decisivo en la venta no es la cuantía de la oferta sino la del soborno, y en segundo lugar, según la experiencia, el producto de esas ventas va disminuyendo al pasar de mano en mano y de año en año.» K. no prestaba apenas atención a esas palabras; no le importaba demasiado el derecho que pudiera tener aún a disponer de sus propias cosas y le resultaba mucho más importante comprender con claridad su situación; sin embargo, en presencia de aquella gente no podía pensar siquiera; una y otra vez el segundo guardián —solo podían ser guardianes— le daba con la barriga de una forma casi amistosa, pero si levantaba la vista veía un rostro seco y huesudo —que no concordaba con aquel cuerpo grueso— y de nariz fuerte y torcida, un rostro que, por encima de su cabeza, se entendía con el del otro guardián. ¿Qué gente era aquella? ¿De qué hablaban? ¿A qué administración pertenecían? K. vivía sin embargo en un Estado de Derecho, por todas partes reinaba la paz y se respetaban las leyes, ¿quién se atrevía a asaltarlo en su propia vivienda? Siempre solía tomarse las cosas del mejor modo posible, sin creer en lo peor más que cuando lo peor se producía, y sin adoptar precauciones para el futuro aunque todo le pareciera amenazador. Sin embargo, en aquel caso eso no parecía lo acertado; verdad era que se podía considerar todo como una broma, una broma pesada que, por razones desconocidas, quizá porque ese día cumplía los treinta años[º], habían organizado sus compañeros del banco; naturalmente era posible; quizá bastaría que se riera de cierto modo a la cara de sus guardianes para que ellos se rieran con él; tal vez eran solo mozos de cuerda de la calle, la verdad era que lo parecían, pero estaba decidido ya, desde el momento en que vio al guardián Franz, a no renunciar a la menor ventaja que pudiera tener frente a aquella gente. K. veía muy poco riesgo de que luego dijeran que no había sabido entender una broma, pero —sin que normalmente tuviera por costumbre aprender de la experiencia recordaba algunos casos, en sí mismos sin importancia, en que, a diferencia de sus amigos, se había comportado deliberadamente de forma imprudente, sin preocuparse lo más mínimo de las posibles consecuencias, y se había visto castigado por ellas. Eso no debía ocurrir de nuevo, por lo menos aquella vez y, si se trataba de una comedia, quería desempeñar también su papel.

Fecha:

27 de febrero de 18:00 a 19:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

 

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio en el que se realiza:

Aula 6

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Más información en el Centro:

UNED Barcelona Av. Rio de Janeiro, 56-58 08016 Barcelona 93 396 80 59 activitats@barcelona.uned.es

 

Club de lectura: Confeti

Club de lectura: Confeti

Confeti

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Este mes leemos:

Confeti de Jordi Puntí (con presencia del autor)

Editorial:

Edicions Proa

¿Por qué hemos elegido este libro?

• Porque Jordi Puntí, en sus obras de ficción, siempre es exigente con el lector y le pide complicidad y lectura activa. Y creemos que esta exigencia es una de las claves de la buena literatura.
• Porque esta novela, ganadora del Premio Sant Jordi 2023, es calificada por su autor como una antibiografía y el término nos parece interesante para adentrarnos en ella y tratar de saber qué quiere decir con esta palabra.
• Porque aborda a un personaje que fue testigo de un tiempo y de un lugar, el Hollywood de los años dorados, que forma parte de nuestro imaginario.
• Porque por debajo de la anécdota explicada, el autor se plantea temas muy serios como hasta dónde puede llegar la búsqueda de la felicidad, cuál es el límite de la ficción y qué papel tiene la mentira en la vida de todos y cada uno de ellos. nosotros.
• Porque tendremos la suerte de que el autor compartirá con nosotros todas las preguntas que la lectura de la novela le sugiera.

Una cata....

1.La creación del personaje

Los científicos aseguran que el ochenta por ciento del cerebro humano es agua. .Que compartimos el cincuenta por ciento de nuestro ADN con un plátano y el noventa y seis por ciento con un chimpancé. Saben muchas cosas, los científicos. Pero hay otro dato que no comentan, quizás porque no se puede demostrar dentro de los límites pragmáticos de un laboratorio, y que es el resultado de mi observación de la especie humana durante ciento tres años de ir por el mundo (sí, soy viejo e incluso muy viejo, pero aún no repapiejo). El dato es éste: el cuarenta por ciento de la vida humana, calculo yo, es una ficción.Una mentira. Una entelequia. Un giro de la imaginación, si lo desea. Una novela. Una broma.

Casi la mitad de todo lo que vivimos, mira por dónde. ¿Cómo he llegado a esta conclusión? Como decía un compañero periodista que conocí hace más de setenta años en California, cuando ambos nos dejábamos embocar por los días dorados del nuevo Hollywood: «Pensamos un poco. Y después pensamos un poco más». Nos gusta creer que tocamos con los pies en el suelo. Intentemos ordenar la realidad cotidiana en millones de sentencias, analizamos tesis y experimentos que nos dan sentido como humanos, pero no es menos cierto que una parte de toda existencia es falsa, inventada, una producción de nuestra mente fantasiosa. Los optimistas lo ven todo de color rosa y los pesimistas lo ven todo negro. Entre los dos colores, vivimos rodeados de misterios que querríamos resolver y, cuando no tenemos suficiente, nos los fabricamos: engaños, ilusiones, sueños, esperanzas, malentendidos, envidias, trampas, deseos… Todo lo que podáis imaginar ! Fantasías eróticas y trastornos de personalidad; falacias familiares y rumores divulgados para dañar a alguien; complots del paranoico y maquinaciones del celoso. Una puerta invisible separa la realidad de la ficción y constantemente la traspasamos. Pensemos un poco, y después pensamos un poco más. […]

Alguien me dirá que predico con el ejemplo y estas páginas son una aventura fabulosa y llena de pavores. No pienso desmentirlo, cada uno que las lea como quiera. Mis intenciones no pueden detenerse ante eventualidades. La cifra que doy del cuarenta por ciento es aproximada, claro, siempre es necesario promediar. Hay seres que pasan de puntillas por la vida, sin sorpresas, como si su cerebro fuera todo agua dulce y el corazón les bombeara la sangre a un ritmo constante y monótono. Hay quienes son blandos y balbos y no se atreven ni a soñar, y su interior está tan vacío que no encontraríamos palabras suficientes para escribirles un epitafio. Sin embargo, en el otro extremo también hay hombres y mujeres de mil caras, que protagonizan tres películas simultáneas (y saltan de una a otra como quien cambia de canal). Personas que se entregan a la invención sin miramientos; caracteres desabrochados que parecen haber venido al mundo para distraer a los dioses. Son éstos los que me interesan: los camaleónicos, los que tienen más de una sombra, los actores que se hacen la película a medida, los jeckylls que viven de alimentar a sus hydes.

Entre el cinismo y el ataque sentimental, existe todo un espectro de posibilidades de engañar el día a día y deformarlo para que parezca lo que no es, ni será nunca. Es, también, un fenómeno que se multiplica, porque una argucia trae otra, una evasiva abre posibilidades infinitas, y te acomodas, y te gusta, y poco a poco la invención se disfraza de realidad. Todo da tantas vueltas que un día ya no sabes qué es del derecho y qué del revés, qué avatar es lo que mejor te representa. Entonces te vuelves loco o, si tienes más suerte, te instalas cómodamente en el personaje. Es ese momento en que el pelo de la peluca, finalmente, después de media vida de llevarla, parece haber arraigado en el cráneo.

Si hablo con este convencimiento es por experiencia propia —ya irá saliendo, y confío en que será antes de morirme—, pero también porque durante muchos años, décadas, casi un siglo, traté a un hombre así. Este individuo excepcional se llamaba Xavier Cugat, aunque cuando empezó a ser popular él aseguraba —con gran parte de razón— que su nombre era Francisco de Asís Xavier Cugat Mingall de Bru i Deulofeu. Le había oído recitar la retahíla muchas veces, en entrevistas en la radio o ante una corte de admiradores, remarcando cada sílaba poco a poco, con un ritmo creciente, daliniano, como si así pudiera transmitir unos aires de nobleza que le hubiera encantado tener. Puede que la idea de añadirse los cuatro apellidos de los padres le viniera de Cuba, donde había vivido gran parte de su infancia y adolescencia. O quizá le había cogido mientras se hospedaba en el hotel Waldorf-Astoria y, según decía, se hacía con diplomáticos, maharajás y miembros de la realeza de países tan remotos que ni salen en los mapas. O quizás sólo era otra facecia de las suyas, una exageración destinada a subrayar sus orígenes catalanes en un país tan abigarrado, Estados Unidos, donde todos los nombres son posibles y ninguno haga extraño.

Además de referirse al apellido, a lo largo de su vida los americanos también le conocieron como De Brú, Cugie, Mr. Cugats Nugats e incluso X., una letra con toda la brevedad y la incógnita, aunque estos dos atributos se adecían poco con su talante expansivo. Cada uno de estos nombres, y ciertamente la rastrillera familiar, le ayudaba a ensanchar su fama, como si fuera imposible que la música, caricaturas, matrimonios, chihuahuas, juicios, hoteles y orquestas que hizo rodar por el mundo —todo lo que le convirtió en una celebridad internacional durante tantos y tantos años— pudieran ser la obra de una sola persona y fuera necesario repartirlos entre todos estos otros apodos.

Fecha:

30 de enero de 18:00 a 19:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

 

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Aula 3 y 4

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Más información en el Centro:

UNED Barcelona Av. Rio de Janeiro, 56-58 08016 Barcelona 93 396 80 59 activitats@barcelona.uned.es

 

Club de lectura: La mestra i la Bèstia

Club de lectura: La mestra i la Bèstia

La mestra i la Bèstia

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Este mes leemos:

La mestra i la Bèstia de Imma Monsó (con presencia de la autora)

Editorial:

Anagrama

¿Por qué hemos elegido este libro?

  • Porque Imma Monsó es una vieja conocida de nuestro Club de Lectura y nos encantará reencontrarnos con ella y hablar sobre su última novela.
  • Porque La maestra y la Bestia nos enfrenta a muchos temas que forman parte de nuestra historia reciente: el papel de la mujer, los silencios familiares, aquello de lo que no se tiene que hablar, el miedo…
  • Porque, al mismo tiempo quiere dar luza una época oscura y no muy explicada por mediocre y triste: la posguerra de los años 50-60.
  • Porque Severina se acaba convirtiendo, al mismo tiempo, en un personaje singularísimo y en un símbolo de la ingenuidad exigida a la educación de la mujer de aquel tiempo.
  • Porque nos explica el mundo que, posiblemente, muchos de nuestros padres y abuelos escondieron.
  • Porque, des del punto de vista formal es, como todas las novelas de la autora,  impecable tanto por lo que hace la forma en la cual narra la historia, como en la lengua en que lo hace: cuidadosa y precisa, que sabe ser coloquial cuando es necesario, y reflejar, exactamente, las contradicciones en el uso de la lengua en la época.

Una cata...

1

La tarde en que la futura maestra de Dusa se disponía a apagar siete velas de una tarta, bajó a la explanada con la in­tención de matar el tiempo hasta el momento álgido de la celebración. Pero al contemplar la carretera desolada y los matorrales vencidos por la tramontana, sintió la necesidad de regresar. Se dio la vuelta, y cuando a través de la ventana de la cocina distinguió a su madre ocupada con los preparati­vos, el pecho le estalló como si una deflagración de lucidez la hubiera alcanzado: «Algún día, de todo esto no quedará nada», se dijo. A esta revelación le siguió un desconsuelo cre­puscular nunca antes experimentado, una tristeza que sería la matriz de todos los duelos posteriores. Todas y cada una de las pérdidas la agarrarían por la garganta para lanzarla, como un dardo, al centro de aquella tarde seca y fría de in­vierno en que descubrió que, algún día, de todo aquello, nada.

Desde entonces vivió habitada por la idea fija de perma­necer siempre preparada para perderlo todo y a todos, y de esa disposición para la soledad absoluta extrajo placeres que creía únicos. Hasta los quince años pudo entrenarse sin obs­táculos. De hecho, las circunstancias eran idóneas. Hasta esa edad apenas había conocido más compañía regular que la de una madre visionaria, que era todo entusiasmo nihilista y pe­simismo exaltado, y la de un padre a menudo ausente, hom­bre marcado por una enigmática herida y parco en palabras. Que sus acompañantes fueran solo dos, que nunca hubiera pisado la escuela y que cuando miraba por la ventana no vie­ra un alma son factores que sin duda contribuyeron a refor­zar su preparación para la pérdida y la ausencia. Su timidez congénita se acentuó también con esta situación. Todo a su alrededor la llevaba al deseo de alcanzar altas cotas de auto­nomía.

El destino le dio pronto la razón. La soledad absoluta le llegó a Severina en dos sesiones, dos pérdidas casi consecuti­vas: la del otoño de 1958 (Simona, su madre) y la del otoño de 1961 (Román, su padre). La desolación que ya conocía de tanto practicarla en la imaginación se materializó. La or­fandad consumada no era peor que la orfandad potencial. Incluso era algo mejor, porque nunca nada era peor de lo que había imaginado anticipadamente. Además, era joven: detrás quedaba mucho, pero delante había mucho más. Hasta entonces había sido una alumna que iba por libre, apenas había pisado un aula. Sin embargo, el otoño en que murió su padre se había inscrito como alumna oficial para acabar los estudios de magisterio. Se dispuso con buen áni­mo a rodearse a diario de una pequeña multitud. Fracasó. Suponía un esfuerzo excesivo hacer lo que nunca había he­cho. La promiscuidad del aula la asfixiaba y se veía obligada a actuar con precaución, a dosificar su presencia allí, a esca­par, y cuanto antes mejor. Aquel único curso presencial como estudiante de la Escuela de Magisterio de Girona no llegaría a modificar ni su vocación de aislamiento ni su naturaleza solitaria.

A pesar de los momentos de tinieblas o precisamente por ellos, a punto de cumplir los dieciocho seguía disfrutando de la soledad con absoluta entrega: tan absorta en cada cosa que hacía, tan extasiada, tan cautiva, que se preguntaba si las ac­tividades que tanto disfrutaba podían ser consideradas «vi­cios». De los que ella llamaba «los básicos de la época», fu­mar, beber, jugar y follar, solo practicaba el primero, con una dedicación exhaustiva y enfermiza que la llevaba a con­templar el mundo a través de una permanente neblina. El se­gundo lo ejercitaba con un desconocimiento de los efectos del alcohol que convertía el objetivo de emborracharse en una mera tentativa. El tercero lo desconocía: para apostar no tenía un céntimo y las timbas eran cosa de hombres. El cuar­to vicio no estaba muy segura de practicarlo adecuadamente. Del mismo modo que fumaba sola y bebía sola, también fo­llaba sola: tales actividades requerían de su mente un grado de concentración demasiado elevado como para alcanzarlo en compañía de otra persona.

En la Normal había desarrollado cierto interés en tenerse por viciosa, posiblemente exacerbado por la retórica de Sección Femenina que impregnaba el programa de estudios. Al principio, no. Al principio, ese discurso que se esforzaba por alejar a las futuras maestras y a las mujeres en general de todo vicio y, por descontado, de cualquier modalidad sexual no encaminada a procrear le pareció innovador. En su casa nadie le había hablado de ese modo. Pero pronto lo aborreció. La moral falangista que aún respiraba buena parte del profesorado en los inicios del franquismo desarrollista proclamaba que nada era más indispensable para una mujer que alejarse de sus demonios. Pero ella no quería renunciar a escucharlos. Los quería a su lado, dialogantes. Estaba convencida de que los vicios dan sentido a la vida si, en lugar de perder energías tratando de esquivarlos, se logra un buen entendimiento con ellos. Sin embargo, ningún dios la llamaba por el camino del vicio: su organismo carecía de las cualidades necesarias para el desenfreno. La bebida, por ejemplo. Empezaba a beber con avidez a la hora de cenar, siempre un vino a granel que le resultaba muy simpático, porque por cada litro el Sindicato de la Vid regalaba un boleto verde para participar en un sorteo que cada dos meses repartía un premio de veinticinco mil pesetas. A continuación, se llevaba a los labios el segundo vaso y se quedaba dormida. Así pues, no podía calificar de vicio una práctica tan pobre, menos aún en una época en que para aspirar al título de vicioso se requería acreditar una embriaguez permanente. El vino sin embriaguez permanente era algo inofensivo, entrañable, familiar, y Severina había crecido entre los anuncios radiofónicos del Sindicato de la Vid que exaltaban las virtudes reconstituyentes del alcohol y los boletos verdes que aparecían bajo el tapón de cada botella y daban derecho a participar en el sorteo. Los anuncios aseguraban que el vino aportaba felicidad, bienestar y prosperidad a todas las familias bebedoras, y ella estaba convencida de que si hubiera logrado beber diez litros diarios y, por consiguiente, obtener setenta participaciones semanales, la felicidad de la familia habría aumentado exponencialmente.

Fecha:

12 de diciembre de 2024
de 18:00 a 19:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Aula 6

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Más información en el Centro:

UNED Barcelona Av. Rio de Janeiro, 56-58 08016 Barcelona 93 396 80 59 activitats@barcelona.uned.es

Club de lectura: El retrato de casada

Club de lectura: El retrato de casada

El retrato de casada

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Este mes leemos:

El retrato de casada de Maggie O’Farrell

Editorial:

E l Asteroide

(Versión en catalán: El retrat de matrimoni. Editorial L’Altra)

¿Por qué hemos elegido este libro?

  • Porque Maggie O`Farrell es una autora que hemos descubierto hace relativamente poco en nuestra casa y nos parece una de las voces a tener en cuenta en la narrativa actual.
  • Porque la historia que nos presenta además de trasladarnos en un tiempo y espacio especialmente atractivos, lo hace de una forma que capta nuestra atención des del primer momento.
  • Porque des del primer momento nos sentimos cautivados por Lucrezia adolescente y al mismo tiempo terriblemente consciente de la vida que la vida que la rodea.
  • Porque aunque se presente una historia pretérita aborda, de una forma estremecedora, temas que, desgraciadamente, continuan estando muy presentes en nuestro día a día.
  • Porque nos descubre que en un tiempo aparentemente luminoso como el Renacimiento florentino, la mujer continua siendo una moneda de cambio sin más valor que el que le quieran dar los hombres que la rodean.
  • Porque aunque el libro nos presenta la historia con un final previsto desde la primera página, la realidad es que no perdemos interés por el que pasa y cuando y como pasa hasta la última línea.

UNa cata...

UN LUGAR AGRESTE Y SOLITARIO

La Fortezza, cerca de Bondeno, 1561

Lucrezia se sienta a la larga mesa del comedor, tan pulida que reluce como el agua y cubierta de fuentes, tazas invertidas y una coronita de ramas de abeto trenzadas. Su marido ocupa una silla, pero no en su sitio de costumbre, en la otra punta, sino a su lado, tan cerca que podría apoyar la cabeza en su hombro si quisiera; él desdobla la servilleta, endereza un cuchillo, acerca una vela y de pronto, con una claridad particular, como si le pusieran un cristal de color ante los ojos, o tal vez se lo retiraran, a ella se le ocurre que tiene intención de matarla.

Ha cumplido dieciséis años, no hace ni uno que contrajo matrimonio. Han pasado gran parte de la jornada en los caminos, aprovechando las pocas horas de luz propias de la estación, después de salir de Ferrara al amanecer y cabalgar hacia lo que, según él, era un refugio de caza, lejos, al noroeste de la provincia.

Pero esto no es un refugio de caza, le habría gustado decir cuando llegaron a su destino: un edificio de altos muros de piedra oscura, flanqueado por un bosque denso a un lado y un retorcido meandro del río Po al otro. Le habría gustado volverse en la silla y preguntarle ¿por qué me has traído aquí?

Sin embargo, no dijo nada y dejó que su yegua siguiera el camino tras él, entre árboles que goteaban, hasta cruzar el arqueado puente y llegar al patio del extraño alcázar en forma de estrella; desde este primer momento le llamó la atención la inusitada ausencia de gente.

Se han llevado los caballos, ella se ha despojado del sucio manto y del sombrero, y él, de espaldas al resplandor de la chimenea, ha mirado cómo se los quitaba; ahora, con un gesto, indica a los criados del campo, que aguardan entre las sombras exteriores del comedor, que se acerquen y les sirvan de comer, que corten el pan, que escancien vino en las copas, y de repente ella se acuerda de las palabras que su cuñada, en un ronco susurro, le dedicó: Te echarán la culpa.

Lucrezia agarra el borde del plato con los dedos. La certeza de que él pretende acabar con su vida es como una presencia a su lado, como si un ave rapaz de negro plumaje se hubiera posado en el brazo de su silla.

He ahí la razón del repentino viaje a un sitio tan agreste y solitario. La ha traído aquí, a este alcázar de piedra, para asesinarla.

La estupefacción la arranca de su cuerpo y casi se echa a reír; flota en el techo abovedado mirando hacia abajo, a sí misma y a él, sentados a la mesa, llevándose a la boca el caldo y el pan salado. Él se inclina hacia ella y le toca la piel desnuda de la muñeca mientras le dice algo; se ve asintiendo, tragando la comida, pronunciando unas palabras sobre el viaje y los amenos paisajes por los que han transitado como si no pasara nada entre ellos, como si se tratara de una cena normal y después fueran a retirarse al lecho.

En realidad —piensa, todavía en lo alto de las piedras húmedas y frías del techo del comedor—, la jornada desde la corte hasta aquí ha sido aburrida, entre campos desolados y helados, bajo un cielo tan plomizo que parecía abatirse, agotado, sobre las copas de los árboles deshojados. Su marido había impuesto una marcha al trote, millas y millas rebotando en la silla, con la espalda dolorida y las piernas irritadas por el roce de las medias húmedas. A pesar de los guantes forrados de ardilla, los dedos con que sujetaba las riendas se le habían quedado rígidos de frío y las crines del caballo no habían tardado en cubrirse de hielo. Su marido iba delante, escoltado por soldados. Cuando la ciudad dio paso al campo le habría gustado espolear a su montura, clavarle los talones en los flancos y volar por encima de las piedras y la tierra, avanzar por el paisaje llano del valle a gran velocidad, pero sabía que no debía hacerlo, que su sitio estaba detrás o cerca de él, si la invitaba, jamás delante, y así siguieron, al trote.

Fecha:

7 de noviembre de 2024
de 18:00 a 19:00 horas

Idioma:

Catalán

Lugar:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 – Barcelona

Coordina la actividad:

Glòria López Forcén

Espacio donde se realiza:

Sala de Actividades

Esta actividad (gratuita) requiere inscripción previa:

Más información en el Centro:

UNED Barcelona
Av. Rio de Janeiro, 56-58
08016 Barcelona
93 396 80 59
activitats@barcelona.uned.es